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martes, 19 noviembre 2024

Editorial Darío Pignata | Un año sin el "10″ más grande de la historia

Lo que pasó hasta el día de su muerte fue algo único, increíble e inexplicable. Diego ya era un mito viviente. Hace un año es leyenda. Para nosotros, los "cincuentenials maradonianos", la ficción nunca será mejor que la realidad.

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Para los de mi generación, los "cincuentenials maradonianos", que lo disfrutamos en pelota propia, nunca la leyenda o el mito por más grandes que resulten serán mejor que lo vivido con ojos propios. Aunque debo reconocer que, si un año después de su partida terrenal, se afirma que "está enterrado sin corazón", al paso que vamos en diez años se dirá que ni siquiera está allí enterrado. Que ahí hay un "doble", entendiendo que con Diego todo es posible.

Dicho sea de paso, no puedo decir dónde está el corazón de Maradona, pero sí puedo decir cómo quedó el mío varias veces: el gol a los ingleses, la final en México ’86, esa puteada fantástica con el robo de Codesal en Italia ’90 y el día de "la pelota no se mancha" en La Bombonera (junto a Daniel Jovellano, los únicos dos periodistas de Santa Fe ahí, cagados de frío y mojados).

A todos esos capítulos públicos que vivieron millones de argentinos, podría agregar la impagable fortuna privada que me llevaré a mi propia tumba (entiendo, por ahora, que yo sí iré con el corazón): el Showball en la Tecnológica y el famoso Día en la cancha de Colón. En los dos, la Mano de Dios me puso en una posición privilegiada por cuestiones profesionales. ¡Qué difícil ser profesional con Maradona al lado!. Hoy, disfruto esas fotos, los videos y las camisetas firmadas; al mismo tiempo que me arrepiento de no haberte faltado el respeto y "cargoseado" como lo hizo gran parte del Planeta Fútbol en el planeta tierra.

Me olvidaba de algo, antes de esos dos días donde saqué el Quini sin darme cuenta (estar con vos en Tecnológica y Colón), muchos santafesinos te disfrutamos (esa vez sin tocarte ni pedirte fotos) en el Ateneo Fútbol "5″, algo que sólo un tipo como el querido "Negro" Miguel del Sel pudo conseguir: ¡traer al mejor del mundo a jugar un picadito para inaugurar una cancha!. Te juro que en esa misma canchita, con el correr de los años, todos nos sentíamos un poco Maradona. ¡Qué boludo, ¿no Diego?! Esa noche, en medio de la suspensión de FIFA, miraste el reloj del Ateneo, respiraste ahogado y preguntaste: "¿Cuánto falta?". Desde ese día, valía cansarse y especular con el reloj…como sólo lo sabía hacer el "Monito" Roteta cuando iba ganando, ante la atenta complicidad de "El Chaqueño" César (sólo para entendidos).

Pisar Europa, con tantas capitales hermosas y con lo que cuesta llegar desde Argentina, para pedir una sola cosa: ir a Nápoles a conocer el San Paolo. Te lo juro: ni la torre Eiffel de Messi en París, ni el Big Ben de Londres donde todos los ingleses te odian, ni la Sagrada Familia de esa Barcelona que te quebró, ni el Museo del Prado en Madrid. Nada de éso (que luego conocí por trabajo un algunas veces). Yo quería conocer Nápoles. O Nápoli. O como carajo fuera. Ese lugar donde hiciste que el pobre fuera rico cada domingo. Ahí entendí, te lo juro, el porqué de "‘Vedi Napoli, e poi muori". Y eso que yo no sabía del alemán Goethe. De Alemania, me acuerdo de la carita de un Karl-Heinz Rummenigge el día de la final en México ’86 cuando un tal Romualdo Arppi Filho agarró la pelota y marcó el final. ¿Qué decirte o qué escribir que no hay dicho o escrito millones de argentinos?. Insisto, ahora dicen que no saben dónde está tu corazón, Diego. Nosotros, los "cincuentenials maradonianos", sólo sabemos lo que hiciste con el nuestro. Si yo admitiera públicamente con qué se compara esa alegría de México ’86 nadie entendería, con la madre de mis hijos a la cabeza. Evitemos problemas "10″.

La vida, con este hermoso laburo del periodismo deportivo, me puso a lo largo de los años al lado de Messi, de Pelé y hasta de un Papa argentino que fue al Vaticano desde el fin el mundo. Te aseguro que todo eso estuvo de más. ¡Yo sólo quería conocer y sacarme una foto con Maradona!.

Te cuento, un año después, que acá otra vez ha fracasado el funeral. Acá en el barrio se relamen las pancartas, avivando al modelo para armar. Ojalá, esta vez, el muerto regrese, aunque te sientas extraño en esta orquesta (N.de R.: acá ahora todos corren Diego) y te aburras (nadie juega, te aviso) de sonar en sol mayor.

En el fondo, cuando te razonamos (imposible), nos preguntamos Diego: ¿Por qué ese palo que te amasa y que te aplasta, vos lo usás para matar?, cuando en realidad lo querés acariciar, porque no hay nada, lo amás…no hay nada, no queda nada. Te aviso "10″, a vos que estás allá arriba, que acá abajo quedan oficinas alistando predadores y que en las radios (también la tele, las redes, lo que sea) incitan hoy 25 de noviembre de 2021 a un festival "que recuerda por primera vez un hombre…que la gente hoy está queriendo más".

En cada lugar del mundo donde hay una cancha de fútbol, por culpa de Maradona, quedaron kamikazes de otras almas, todos aburridos en sus casas, que no se animan ni a cantar. Después, alucinan que planea un héroe de otras tierras y lo viene a rescatar. Como con el gol a los ingleses, como la Mano de Dios, como esa Copa del Mundo levantada en México ’86.

Hace un año, dicen, a ese cuerpo de un tal Diego Armando Maradona "se lo llevan para siempre". Pero, 365 días después "sin corazón", esa imagen se deforma y pronto vuelve. Pasó un año, con todo lo que significó este año. Maradona es algo que, con el tiempo, se nos fue para la cresta. Es una ola que no para de crecer.

Hoy su cara está en todas las remeras…

…Maradona es un muerto que no para de nacer.

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