Nunca en la historia del fútbol argentino hubo tal despliegue de seguridad en la definición de un torneo. Ni siquiera en la famosa final de la Copa Libertadores 2018, tanto la que se jugó en la Bombonera como en la frustrada del Monumental. En aquella ocasión la Ciudad había comprometido 2.200 efectivos. Esta vez, sumando los que trabajarán en el estadio Xeneize más los que estarán apostados en el Obelisco y en las cabeceras de estaciones de trenes y colectivos y las arterias que conducen al centro de la ciudad, los efectivos de tránsito, guardia urbana y los de las empresas privadas que tiene Boca, estamos ante la presencia de 4.000 personas trabajando para que nada suceda. Pero a eso hay que sumarle lo dispuesto por Provincia de Buenos Aires: serán 2.000 los uniformados que estarán distribuidos entre el Cilindro de Avellaneda y puntos estratégicos como el peaje de Dock Sud, las autopistas del Oeste y el Puente Pueyrredón . Sí, en total serán 6.000 efectivos de ambas jurisdicciones. Absolutamente inédito.
En la reunión de coordinación llevada adelante entre el ministro de Seguridad Porteño, Marcelo D’Alessandro, y el de la Provincia, Sergio Berni, también se estableció que el equipo que salga campeón festeje en su estadio por no menos de dos horas para dar lugar a la desconcentración de los hinchas del club que hayan quedado segundo. Pero igual el foco de atención para la Seguridad son los fanáticos que irán al Obelisco porque se entiende que es en los cruces callejeros donde se pueden producir incidentes y no tanto en los alrededores de los estadios, cuyas puertas abrirán para sus hinchas entre las 12, la de Racing, y las 13, la de Boca.
Las previsiones no son menores dado los enconos que existen entre ambas barrabravas que vienen desde la década del 80 y que habían aplacado en el último tiempo, cuando la barra de Racing había quedado al mando de la familia Escobar y en Boca reinaba la dinastía Di Zeo. El tema es que La Guardia Imperial cambió de manos el año pasado y sus nuevos jefes son cercanos a quienes dominaban la tribuna del Cilindro en los 80 y 90 y aún recuerdan aquellos encontronazos feroces con La Doce. Y si bien Di Zeo tiene hoy la mitad del poder de la barra de Boca junto a Mauro Martín y ambos tratan de manejarla con perfil más bajo que antaño, el grupo de Lomas de Zamora pisa fuerte en la segunda bandeja que da a Casa Amarilla y sus relaciones con quienes hoy son los dueños de la popular del Cilindro de Avellaneda no son muy amigables. Por eso hay muchos ojos mirando para que nada ocurra.
Más allá de que la relación entre ambas barras nunca fue buena, el punto de quiebre se dio en 1983. El 24 de abril de ese año Racing iba a la Bombonera por una nueva fecha del torneo Nacional. Boca ganó dos a cero con goles de Gareca y Veloso en contra. A la salida La Doce liderada por José Barritta, el Abuelo, emboscó a la Guardia Imperial en las vías que pasan por detrás del estadio. El saldo fue una docena de hinchas de Racing con heridas de armas blancas, atendidos de urgencia en el hospital Argerich. Pero la Guardia Imperial, comandada por El Cordobés, logró no perder sus banderas. Y esto alimentó la furia de La Doce. El 3 de agosto Boca volvía a recibir a Racing en La Bombonera. Esta vez por el Metropolitano. Durante todo el partido de Reserva, las barras se cruzaron cantos amenazantes. Prometían encontrarse otra vez en las vías donde cuatro meses atrás habían tenido el primer combate. Pero no fue necesario llegar hasta ese lugar para que la tragedia se instalara: cinco minutos antes del comienzo del partido, una bengala arrojada desde la segunda bandeja que da a Casa Amarilla, en dirección a la tribuna de Racing, le dio en el cuello a Roberto Basile, un empleado bancario de 25 años. La bengala le reventó la carótida y Basile falleció en la tribuna. Increíblemente, el partido se jugó igual. “Suspenderlo hubiese generado mayor violencia. Lo mejor era distraer a la gente y organizar la salida de la forma más controlada posible”, dijeron en aquel momento los jefes de la Federal. La gente de Boca debió esperar 45 minutos para retirarse, hasta que el último de los hinchas de Racing estuviera bien lejos de la cancha. Durante ese lapso, con apoyo de Gendarmería, la Federal peinó la salida de la segunda bandeja y atrapó a toda la primera línea de la barra. Entre los 20 detenidos a disposición del juez Grieben estaba José Barritta. Pero no pasó mucho tiempo en prisión. En 24 horas apareció el dinero de la fianza, aportado por alguien del club. Y quedó desligado de la investigación cuando a los pocos días se conocieron los nombres de los barras que habían arrojado la bengala: Roberto Horacio Caamaño, alias el Nene, y Miguel Eliseo Herrera, el Narigón. Con la defensa de la doctora Graciela De Dios, abogada del Narigón, y los contactos de Víctor Sasson, ex juez del crimen en San Isidro y abogado del Nene Caamaño, los acusados consiguieron en 1985 una pena infinitamente menor que los 15 años de prisión que por homicidio simple pedía la fiscalía: la sala uno de la Cámara Penal les dio dos años en suspenso por homicidio culposo, esto es sin intención de matar. Increíble.
Era tal el odio entre ambas barras que el 3 de diciembre del 85, cuando Banfield recibió a Racing en la Bombonera por el octogonal de la Primera B, la Doce emboscó a puro disparos a la hinchada de Racing en Olavarría e Irala. Dos de ellos mataron a Daniel Souto, 20 años, fana de la Academia. Por el hecho sólo hubo un detenido, Jorge López, alias Coqui, segunda línea de La Doce que sólo estuvo preso un año hasta que lo liberaron por falta de mérito.
El último gran enfrentamiento en esa década trágica se dio el 19 de octubre de 1989, cuando otra vez jugaban en La Bombonera. La Guardia Imperial decidió ir caminando hasta la cancha por el viejo Puente Pueyrredón. Hubo una emboscada a esa altura de un grupo liderado por los Di Zeo, Miguel Angel “Manzanita” Santoro y Héctor “Querida” Quintero que terminó con varios barras en el Riachuelo. En los 90 esa pelea se trasladó hasta a los partidos de la Selección. De hecho se recuerda una batalla infernal en el monumento a Güemes de Pampa y Figueroa Alcorta tras el partido en que la Argentina en agosto del 93 le ganó 2 a 1 a Perú en el Monumental por las Eliminatorias. Fue el último lío grande porque poco tiempo después y a pedido de la política, Santiago Lancry, hombre mítico de La Doce, y el Cordobés, líder de La Guardia Imperial, pactaron una paz. No era descabellado: ambos trabajaban en seguridad en la Legislatura Porteña.
Esa paz duró casi una década. Pero el cambio de mando en ambas barras volvió a generar tensión y todo explotó otra vez. El 19 de enero de 2002 Boca y Racing jugaban por el torneo de verano de Mar del Plata. A las cuatro y media de la tarde La Doce pasó por el cruce de Etcheverry de la ruta 2 en un micro, dos traffic y algunos autos. Doscientos metros más adelante, la barra de Racing estaba en una estación de servicio apropiándose de vituallas para el resto del viaje. Y los vieron venir. Eso y salir a buscarlos fue un mismo acto. Los de la estación de servicio llamaron a la Policía, que tardó 15 minutos en enviar un batallón compuesto por 20 patrulleros y un grupo especial de antimotines. En ese lapso, hubo una batalla campal que involucró a un centenar de barras. Cuando terminó, la ruta dos tenía manchas de sangre y la requisa de los micros resultó parcialmente eficaz: en uno de los de Racing encontraron dos pistolas calibre 22, 30 balas, una cachiporra, varias armas blancas y cadenas. En el de Boca, aún cuando uno de los micros de la Guardia Imperial presentaba una perforación producto de un balazo, extrañamente no hallaron nada. Por eso, La Doce pudo seguir su camino y por la noche mofarse de la Guardia Imperial, que quedó demorada en La Plata, al grito de “olelé, olalá, La Doce está en la cancha, la Guardia donde está”. Ah, los micros en los que viajaba la barra de Racing pertenecían a la empresa Zíngaro, la misma que trasladaba al plantel a los partidos.
Fue afortunadamente el último gran enfrentamiento entre las dos barras. Después, entre cierta afinidad en las nuevas jefaturas y el traslado de la violencia al interior de las propias barras, las situaciones que se produjeron fueron menores. No así los festejos en el Obelisco, donde en varias ocasiones en que Boca salió campeón hubo desmanes de proporciones. De hecho en la conquista de la última Copa de la Liga la celebración terminó con una decena de heridos y siete detenidos, mientras que la última vez que se coronó Racing todo terminó en un caos con una pelea entre las facciones de Los Racing Stones y La Guardia Imperial que dejó un herido de arma blanca.
Por eso, para que nada pase ahora, hay un megaoperativo como jamás se vio en una fecha clave del fútbol argentino. Está todo dado para que sea una fiesta completa. Ojalá nada ni nadie la empañe.