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El fútbol da revancha: la historia de Rodrigo Aliendro

Rodrigo Aliendro hace siete años en esta época del año, descendía con Ituzaingó de la C a la D. Hacía delivery porque con su sueldo en el club no cubría los gastos. El destino sabía que iba a tener oportunidades porque virtudes, le sobraban.

El fútbol argentino es una caja de sorpresas: nunca deja de sorprender. Desde el precipicio, solo queda mirar hacia arriba. Lo contaba Joan Manuel Serrat: Bienaventurados los que están en el fondo del pozo porque de ahí en adelante sólo cabe ir mejorando. La cita es de Mario Benedetti, pero a esta altura es universal. Tal vez, algún día, lo habrá escuchado Rodrigo Aliendro -Rodri, Peti, Negro-, que pateaba la pelota en el barro y hoy, es un consagrado, con un tanto en una finalísima incluido.

Jugaba en Chacarita, pasó por Ituzaingó y se fue a la D hace siete temporadas -tres goles y cinco asistencias en 32 encuentros- y como tantos guerreros del ascenso profundo, no llegaba a fin de mes. Debía trabajar de lo que sea, como cuando se subía a una bicicleta y hacía repartos. Pizzas y empanadas, sobre todo. Futbolista de día, delivery de noche. Volvió a Chacarita, hasta que Atlético Tucumán le cambió la vida. En Colón, a los 30, no se olvida de dónde viene.

“Es real lo de las pizzas, eso fue ya de grande, cuando jugaba en Ituzaingó. Repartía para una pizzería común y corriente. También le he dado una mano a mi viejo en varios lados y trabajé mucho por mi cuenta pero por suerte eso ya es pasado”, contó, meses atrás. Todo sirve para creer, para no bajar los brazos. La dignidad del trabajo, la recompensa del fútbol.

Aliendro, en modo Ituzaingó:

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