El 18 de diciembre de 2022, esa olla gigantesca y en ebullición con más de 88.000 espectadores que era Lusail, fue el recinto de una final infartante e histórica. La gloria era argentina y el fútbol ponía sus cuentas en claro con Lionel Messi.
¡Se cumple el primer mes del Mundial! En cuánto nos cambió la vida a los argentinos la consagración en Qatar.
Pasó un mes del Mundial. Ya un mes, parece mentira. No por el tiempo (el tiempo, el puto amo que cada vez pasa más rápido) sino por eso de ser campeones del mundo, de haberlo logrado al fin. Ahí está Messi con la Copa, en los hombros del Kun y ya sin esa mochila de mil kilos sobre sus propios hombros. Es la imagen soñada, “la” foto, la gloria, los flashes, los millones de likes y la confirmación de eso que siempre supimos y tantas veces olvidamos: los argentinos somos muy buenos pateando una pelota. Porque más allá de que no se nos daba, de que vivimos años de frustraciones, tenemos (y tuvimos, no hay que olvidarlo) grandes futbolistas. Esa fortuna que quizás nos faltó otras veces, un gol errado, un fallo del árbitro (¡Rizzoli!), un penal mal ejecutado, esta vez estuvo de nuestro lado. Y si hay alguien que se lo merecía, que se merecía esa Copa, esta gloria, es ese héroe de capa negra que hace exactamente un mes levantaba lo que tanto había buscado, lo que tanto se le había pedido, lo que injustamente se le había exigido.
Si la gloria en Qatar sirvió para confirmar que somos muy buenos pateando una pelota, también sirve de ejemplo. Messi es “el” ejemplo. Fue campeón del mundo a pesar nuestro: en este ispa, cabe recordarlo, varias veces le pateamos en contra (se le llegó a cuestionar que no cantaba el himno: argentinidad al palo, pelotudez atómica). Por eso, es el mejor ejemplo para cualquier pibe, piba: eso de seguir, de intentarlo, de perseguir el sueño pese a las dificultades, de no bajar los brazos. Leo en un momento los bajó (lo cansamos) y renunció a la Selección, pero al toque volvió (¿quién hubiera vuelto? Yo no hubiera vuelto). Se la bancó, nos bancó, tragó saliva, “fracasó”, luchó, se la jugó otra vez y triunfó. Pero lo más importante, lo valorable, es ese nunca dejar de intentarlo. Ahí está su máximo triunfo. Su ejemplo. ¿Que si no hubiera logrado el Mundial muchos le habrían caído encima? Muy posiblemente. Así somos. Pero esto, esta Copa, no debe cambiar el fondo de la cuestión, la mejor lección que dejó el mejor del mundo: intentarlo siempre.
Pasó un mes y, sí, parece mentira: somos campeones del mundo. Lo soñamos, lo gritamos, lo gozamos, lo disfrutamos, lo festejamos y, sobre todo, nos reencontramos: cinco millones de argentos en las calles, en la celebración más grande de toda nuestra historia. Y todo por el bendito fútbol. ¿Es impresionante para un país de 45 millones que cinco millones se movilicen por el fútbol? ¿O es preocupante? ¿Es brillante? ¿O es algo alarmante? Quien sabe. Lo concreto es que pasó un mes y, aunque parezca mentira, es muy cierto: los argentinos somos campeones del mundo. Tan cierto como que mañana la pobreza seguirá subiendo y el desempleo aumentando y el dólar trepando; tan cierto como que, gracias a Messi, Scaloni y Cía., un día homenajeamos a nuestros abuelos (la abuela, lalalalala), tan cierto como que varias generaciones pudieron ver algo que jamás habían visto y podrán contárselo a otras generaciones; tan cierto como que Qatar ya quedó grabado a fuego en nuestra memoria: la canción “Muchachos”, el “qué mirá’ bobo”, los tatuajes (de los propios jugadores y de los hinchas), tantos cumpleaños de grandes y chicos festejados a lo Messi con la Copa.
Con info de Radio Gol y Olé