Recientemente, en un debate con colegas sobre la llamada "Generación de Cristal", reflexionamos acerca de la influencia del contexto histórico en estas nuevas generaciones, que no han vivido grandes guerras ni actos de violencia masiva. Sin embargo, propuse que esta perspectiva puede hacernos pasar por alto las múltiples formas de violencia que nos rodean hoy en día.
Las dinámicas actuales de violencia no se limitan a los conflictos bélicos. Los mensajes hostiles en redes sociales, la difusión de información privada que puede llevar al suicidio, y la impunidad con que se amenaza desde un celular o una computadora, son realidades que no podemos ignorar. Estas nuevas formas de agresión, aunque distintas de las guerras del siglo XX o XIX, son igualmente graves y cuentan con una herramienta poderosa: "el celu" . Un dispositivo que se ha convertido en un medio para diseminar odio y violencia.
Mis colegas no coincidieron con mi perspectiva, argumentando que no podemos comparar la violencia ejercida por regímenes como el de Hitler durante la guerra con la actualidad. Si bien es cierto que los contextos son distintos, las analogías no son del todo inválidas, sobre todo si consideramos la historia de violencia sistemática posterior a la Segunda Guerra Mundial. Durante la Guerra Fría, muchos estados, especialmente en América Latina, persiguieron, torturaron y "eliminaron" a quienes se oponían a planes económicos que subordinaban a las personas al mercado.
En Argentina, ya estamos comenzando a ver las consecuencias de una cultura de odio fomentada en las redes sociales. Este fin de semana, en un acto de una organización política conocida como "Las Fuerzas del Cielo", se presentó a sí misma como el “brazo armado” del gobierno de Javier Milei. La multitud aplaudió con entusiasmo los llamamientos a una “guerra sin cuartel”, respaldados por un presidente que califica al estado como una “organización delictiva” y fomenta la "eliminación" de quien no se alinea con sus ideas… mientras proclama la "libertad"
La "Generación de Cristal", que se popularizó en la década de 2010, está compuesta por jóvenes nacidos después del año 2000, sensibles a la crisis climática, la igualdad de género y la justicia social. Sin embargo, ellos también están expuestos a formas de violencia que, aunque menos evidentes que las confrontaciones ideológicas del pasado, crean un ambiente de intolerancia que puede derivar en enfrentamientos físicos y en una sociedad cada vez más insostenible.
Desde mi perspectiva, llevamos tiempo en un entorno que se asemeja a una guerra, aunque no haya zonas de conflicto claras. En este momento, todos tenemos en nuestras manos un arma: el celular. La impunidad que brinda este dispositivo fomenta amenazas, agresiones y persecuciones, sin la necesidad de revelar nuestra identidad.
La escalada de la violencia, ya sea en forma digital o física, es alarmante. La incitación a tomar las armas aplaudida en un país que ya ha sufrido pérdidas de vidas por enfrentamientos ideológicos, nos lleva a una reflexión urgente: debemos revaluar cómo nuestras herramientas de comunicación pueden convertirse en armas de destrucción social, y es fundamental que tomemos acción para evitar que esta violencia, aun silenciosa, continúe creciendo.
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