Suele suceder especialmente en el fútbol argentino: cuando un un equipo va ganando el partido, el rival lo acusa de “hacer tiempo”. En el último superclásico entre River y Boca, una escena resultó significativa: Miguel Borja acusó a Sergio Romero de no darle ritmo al partido en un saque de arco, cunado ya estaban 1 a 1 y el Monumental ardía empujando a sus jugadores a ir por el triunfo. Simular un golpe y quedarse caído más tiempo de lo lógico, demorar un tiro libre hasta exasperación, buscar la pelota más lejana para reanudar el juego en un lateral… Todo forma parte del mismo arte, que termina perjudicando la duración real de cada partido, más allá de que el reloj termine indicando que “se jugaron” 98 o 100 minutos. Lo concreto es que todas estas “mañas” le dan a la liga argentina, la de los campeones del mundo, un lugar singular en el universo del fútbol: es la competencia con el registro más bajo de tiempo efectivo de juego entre las cinco principales competencias de Europa y todas las de Sudamérica de las que se tienen registro.
Considerando el torneo de la Liga Profesional 2023, la Copa de Liga ganada por Rosario Central en ese mismo año y la que se está desarrollando en el arranque de 2024, el promedio de tiempo efectivo por partido es de 50 minutos y 19 segundos, colocándose en el antepenúltimo lugar entre las 13 competencias analizadas por Opta – Stats Perform para LA NACION. El fútbol argentino está significativamente lejos de los 58 minutos y 31 segundos de la Premier League inglesa, que previsiblemente lidera este ranking, así como de los registros de la primera y segunda división del Brasileirao (55.23 y 55.10 respectivamente) o de LaLiga de España (55.01). En todo el ranking, la liga argentina sólo está por encima de la Primera División de Bolivia y la Liga 1 de Perú, las cuales tienen promedios de tiempo efectivo por debajo de los 50 minutos.
Este escenario, que se repite en las últimas temporadas, despierta siempre dos eventuales soluciones que se debaten desde hace un tiempo en el universo del fútbol profesional. La primera podría ser agregar más minutos de adición de los que se suelen otorgar, algo que los árbitros de la FIFA hicieron durante la última Copa del Mundo en Qatar. La segunda alternativa que se plantea es que se jueguen dos períodos de 30 minutos de tiempo neto, deteniendo el reloj cada vez que el partido se interrumpa. Pero ¿son estas soluciones realmente posibles de implementar?, ¿tienen impacto en el juego o sólo sirven para ajustar la métrica?
En el clásico rosarino de hace un par de fechas, se jugaron casi 41 minutos de tiempo neto, pero el partido duró en total, sin contar el entretiempo, unos 105 minutos. Una regla de tres simple proyecta un juego de más de dos horas y media (156 minutos) para llegar a 60 de tiempo neto, lo que haría que el evento fuera casi un tercio más largo que los actuales, contradiciendo la tendencia a reducir tiempos que se ha observado en el deporte internacional en los últimos años, complicando las grillas televisivas, la logística de los hinchas y sin garantías de que eso repercuta en una mejora en el juego.
Con los minutos agregados pasa algo similar, el porcentaje de tiempo efectivo sobre tiempo total en el fútbol argentino es del 51.1%, tres puntos menos que en Brasil y siete que en la Premier League, por lo que el efecto de la adición de minutos se termina licuando en parte por la misma dinámica del juego. El problema de fondo pareciera estar por otro lado.
Info: La Nación.